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Arts & Culture

Canto de Vida (en español)

Roberto Ondina es, mil veces lo hemos dicho, algo grande, algo que debe enorgullecernos, porque a una técnica depurada, une mecanismo perfecto y sonido sencillamente admirable por su delicado aterciopelamiento

Grabada en la historiografía musical cubana quedó una peculiar memoria. Hasta hoy llegan los ecos de aquella ocasión en la que Igor Stravinski visitaba la Ciudad Maravilla por primera vez para poner en escena, entre otras piezas, su Petroushka y su Pájaro de Fuego. Ensayaba con la Orquesta Filarmónica de La Habana mientras los pasajes solistas escritos para flauta emergieron de la compacta masa instrumental dotados de una belleza sobrecogedora. Cuentan que el maestro ruso hizo repetir al responsable de la interpretación múltiples veces, ante el asombro del resto de integrantes de la orquesta que empezaban a dudar sobre la perfección en la ejecución de los pasajes. Llegó la última repetición, y con ella, el profundo elogio de Stravinski ante la grandeza de aquel artista.

Los cimientos de la tradición flautística en la Isla se remontan al verano de 1856. Llegaba a La Habana de antaño el italiano Alfonso Miari (1825-1906), y con él, la enseñanza de la flauta de sistema a nuestro país. En contraposición, durante esa segunda mitad del siglo XIX, el danzón acaloraba los bailes en los salones y se establecía como la propuesta más atrevida del momento. Aún corría la decimonónica centuria, cuando surge uno de los formatos instrumentales que acompañó a este y otros géneros de la música bailable. La orquesta charanga o charanga francesa, como también fue bautizada aludiendo al uso de la flauta de cinco llaves, ocupó el podio de las agrupaciones predilectas para el gremio de músicos y es que, con el auge de nuevos ritmos, los intérpretes podían hacer gala de sus dotes improvisatorias.

En el centro de este relato se coloca Roberto Ondina (La Habana, 1904 – La Habana, 1963), concertista que dominó como ningún otro cubano la técnica de su instrumento. Heredero de las mencionadas tradiciones, tanto académicas como populares, se coloca en lo más alto de una lista integrada por nombres ilustres, que en gran medida determinaron el papel de la flauta como parte de nuestra identidad musical. Las primeras notas brotaron de sus dedos siendo niño, a esa edad donde la imaginación vuela libre y el talento empieza a despuntar. Bajo la atenta guía de su padre, el joven Roberto dio sus primeros pasos en el camino de la música, y en él se mantuvo el resto de su vida.

Pronto ingresó en el Conservatorio Municipal, sitio en el cual pulió su técnica con los maestros Lorenzo Betancourt y Modesto Fraga, quien a su vez fuera discípulo de Mari. Sin embargo, la verdadera escuela fue su pasión insaciable, la misma que lo llevó a explorar sus potencialidades más allá de toda enseñanza formal. En la capital desplegó todo su talento, consagrándose como solista en la Banda de Conciertos Municipal y la Orquesta Sinfónica bajo la batuta de Gonzalo Roig. Luego se unió a la Orquesta Filarmónica de La Habana y fue fundador de la Sinfónica Nacional.

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En cada sitio que se presentaba, Ondina construía con su instrumento un universo capaz de conmover el alma. Como diría el maestro Erick Kleiber, lograba un sonido tan bello que era imposible no rendirse ante su hechizo. Paralelamente, se dedicó a formar nuevas generaciones de flautistas, muchos de los cuales llegaron a ser referentes del pentagrama cubano. De ese modo, su legado trascendió el tiempo para germinar en las manos de aquellos que siguieron su estela.

A la vida del maestro Ondina, Habana Clásica dedica su quinta edición. Marcos Madrigal, director artístico del evento, ha convocado para celebrarla a tres solistas de la flauta y un ensemble integrado en su totalidad por intérpretes del instrumento, quienes compartirán escena con la voluntad de reivindicar su obra. A nosotros llegan desde el Reino de los Países Bajos, el profesor de generaciones y virtuoso Jacques Zoon, y de Italia, su pupilo y uno de los piccolistas más aplaudidos en los escenarios europeos, Jona Venturi. Ambos se reencuentran aquí, bajo el mecenazgo incondicional de la Cooperación Suiza (COSUDE), entidad que ampara la realización del evento.

Su contraparte cubana la hallamos en Niurka González, una de las más prominentes flautistas de nuestro tiempo, siempre invitada de lujo y a la vez miembro entrañable de la gran familia Habana Clásica desde sus inicios. Su trabajo como docente de la Universidad de las Artes (ISA) se materializa a través de sus alumnos, los cuales se presentan en un singular quinteto bautizado como Op.5

Para estos intérpretes se ha elegido con esmero un extenso repertorio. Cuatrocientos años de creación convergen abrigados por el seductor manto de nuestras salas de concierto, homólogas históricas de los estilos musicales que se presentan. En ellas, los conciertos de Antonio Vivaldi y Johan Sebastian Bach nos transportan a la efervescencia del periodo barroco, donde la flauta comenzaba a cobrar protagonismo como instrumento solista. Las elaboradas líneas melódicas de Vivaldi y la majestuosa polifonía de Bach refuerzan el halo de virtuosismo que el instrumento alcanzó en manos de los grandes maestros de la época.

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En pleno romanticismo encontramos joyas singulares, como las concebidas por Mel Bonis, innovadora compositora que expandió el repertorio de cámara con sugerentes títulos como su Suite Op. 59 y el Trío Soir et Matin. Andante y rondó de Franz Doppler, es otra de las obras presentes en el selecto programa. ¿Quién mejor que el propio intérprete para dominar con exactitud las dificultades técnicas de su instrumento? Doppler las sabía, ya que este prolífico compositor compartió su oficio con una fértil carrera en la escena. Otras piezas del romanticismo tardío y el impresionismo escritas por Johannes Brahms y Maurice Ravel respectivamente reflejan la versatilidad de la flauta con su amplia gama dinámica y tímbrica.

De los siglos XX y XXI llega la producción del venezolano Paul Desenne, el rumano Levente Gyöngyösi y el italiano Nicola Sani quien nos acompaña en esta edición. La música cubana está presente con tres obras que abarcan múltiples formatos: el Paisaje cubano con rumba imaginado por Leo Brouwer, las evocadoras Bienaventuranzas de José María Vitier y el estreno para ensemble de flautas Tristán II de Daniel Toledo, el compositor en residencia.

De este modo la música vuelve a sonar en los claustros habaneros, no solo como el epitafio que conmemora un pasado lejano , sino como un canto de vida; porque el arte es un río que fluye, y los grandes intérpretes, como Ondina y los que aquí se dan cita, son las piedras angulares que mantienen su cauce.

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